No sé si porque ayer, cuando supe que un avión que había salido del mismo sitio en el que yo había tomado otro avión igual hacía menos de 24 horas se fue a estrellar en un rio seco -como tiene que ser un río en Madrid- empecé ( o empezamos- mi hombre estaba acojongojado también..) a preguntarme si esto sería lo más cerca que estaríamos de estrellarnos en un avión.
Uno siempre piensa que esas cosas pasan en Indonesia, o en Matto Groso, o en Laponia. Pero esta vez nos pisó los talones.
Aunque para encuentros con el asfalto también puedo recordar aquella vez en la que mi avión que iba a Amsterdam no despegó por unos botes insólitos que sólo yo parecía notar y que cuando finalmente "Lo arreglaron" los botes seguían y seguían y yo sólo pensaba en la putada que sería, sin haber ganado ni un concurso de guiones, mientras volaba de los brazos de mi hombre a los de mi madre.
No creo que tenga nada que ver, pero si tuviera un par de pequeños Freuds susurrandome en cada oído (uno fumando, sin mandíbula, el otro sin decir nada, con el ceño fruncido) seguro alguno de ellos diría que esto de llegar por aquí a escupir mis pendejadas para que naveguen para siempre en el infinito googleano tiene que ver con mi pulsión de muerte, que estos días está muy pulsadora gracias a un sueño de una llanta reventándose y a otro en el que me asfixiaba.
¿Apnea del sueño? Tal vez.
El caso es que aquí estoy, en vista de que la casa con jardín parece cada día más difícil de alcanzar, ocupando aún más espacio virtual.